La toxina botulínica, más conocida como botox, es una toxina producida por una bacteria denominada Clostridium botulinum. La capacidad que posee la toxina botulínica para producir parálisis muscular se aprovecha desde el punto de vista clínico para tratar ciertas patologías causadas por una hiperactividad muscular.
En oftalmología, se utiliza para distintas patologías, tales como algunos casos de blefaroespasmo, consistente en el cierre involuntario de los párpados, y para tratar el estrabismo.

El blefaroespasmo es una patología crónica de la que se desconocen las causas. Consiste en el cierre involuntario de los párpados, en forma de tic. El cierre es intenso y bilateral, y se deben al mal funcionamiento de las neuronas del sistema nervioso central. Los espasmos pueden ir aumentando en frecuencia y duración de forma que el paciente se convierte en un ciego funcional, no pudiendo hacer una vida normal.
El tratamiento se realiza a través de la inyección de pequeñas cantidades de toxina botulínica en los músculos alrededor de los ojos. Estas inyecciones debilitan los músculos, disminuyendo la frecuencia e intensidad de los espasmos. El efecto es siempre temporal y normalmente dura de 3 a 6 meses, por lo que es necesario repetir el tratamiento.

En el caso del estrabismo, situación en la que no existe paralelismo en los movimientos oculares, se aplica para corregirlo, siendo efectivo en un 70% de las veces.
Se realiza a través de la inyección de la toxina en uno o varios de los músculos oculomotores con el fin de paralizarlos y lograr que la desviación disminuya o incluso desaparezca.
El uso de la toxina botulínica en niños e incluso bebés, ha resultado ser una terapia especialmente eficaz, dando muy buenos resultados y pocos efectos adversos, evitando además la cirugía.

Los tratamientos con toxina botulínica son muy sencillos y se realizan de forma ambulatoria.